Hoy, retomo la nota con la decisión de incluir a Lali, quien estuvo muy triste en sus últimos días, y yo no lo sabía. No lo sabía porque, para saber de su vida, últimamente me orientaba a partir de su actividad en redes sociales. En general, ella, cuando compartía algo, eran contenidos felices e interesantes. No se me cruzó pensar que algo no andaba bien, o que sus silencios o pausas entre posteo y posteo dijeran “algo”. Siento que, como amiga, fallé. Mi error fue reemplazar a Lali por su perfil en las redes sociales. ¿Y saben qué? Creo que no soy la única que comete esos errores: hace un tiempo que todos somos capaces de tomar al avatar como el original, e incluso, muchas veces, ninguneamos la diferencia entre uno y otro. Esta operación de reemplazo desvía, sin dudas, nuestra capacidad de análisis y comprensión del entorno, y cuando digo entorno me refiero a algo más allá de los vínculos afectivos; pienso también en el terreno donde conviven marcas y consumidores, políticos y nichos de votantes.
En la investigación de mercado y opinión, estos reemplazos suceden muy a menudo. Daré tres ejemplos:
1. El output generado por sotfware de crawleo en redes sociales arroja imágenes positivas de un candidato que superan el 40%; al momento de las elecciones, eso no se expresa de manera lineal. Es decir, los comentarios en las redes sociales no predijeron eficientemente nada, solo marcaron agenda (lo cual no es poco, pero no nos engañemos)
2. Diversos trabajos de data mining muestran alta satisfacción en el uso de un servicio nuevo de una empresa de medios, pero en realidad ese servicio se conoce poco, se usa casi nada y no le cambia la cara a ninguno de sus usuarios. El GAP (brecha) entre lo off y lo on es abominable.
3. Cierta empresa manda su base de suscriptores para que los contactemos y le preguntemos algunas cosas vinculadas a sus productos. Al hacerlo, damos con personas que no estaban enteradas de estar suscriptas a la marca, y la comunidad en torno a la misma es casi inexistente.
En conclusión: todavía estamos lejos de explicar todo nuestro entorno a partir de las interacciones on-line. El principal motivo de esto lo dije antes, de una manera dramática: la tecnología hizo posible que las relaciones genuinas de afecto sean relaciones de sustitución. Este es un fenómeno cotidiano, inevitable, pero también es un problema a la hora de las dilucidaciones. Este problema (en tren de hacer un aporte, para que este artículo no parezca una crítica de cavernas) tiene una raíz epistemológica profunda, basada en la distinción entre un significante y un proxy. Un significante es una palabra que tiene cierto sentido únivoco para alguien, es un insight. Es una palabra que, aunque en el diccionario tenga múltiples significados, para cada uno tiene un significado menos amplio, más específico. El proxy, en cambio, es un sustituto de la persona y puede asociarse a una pluralidad de significados completamente inconexos entre sí, es un input. Por ejemplo: el “mar” como significado para mí quiere decir algo muy específico e íntimo, pero como proxy, el mar (o la Mar) soy yo, y me reemplaza sin considerar las diferencias ontológicas entre la cosa que expresa la palabra “mar” y mi persona. Esto quiere decir que el software que crawlee “Mar” no distinguirá la diferencia entre la cosa y yo, porque opera bajo cierta ley de uniformidad ontológica. Y además, aunque los filtros se ocupen de pulir la araña de asociaciones semánticas, el resultado no logrará expresar mis cualidades personales, dado que la diferencia entre representado y representación es arbitraria y solo resulta asible desde la razón humana.
Se estima que la humanidad acumuló hasta el 2015 8 zettabytes de información y se espera que ese número crezca a 20 zettabytes hacia 2020. Hay una exorbitante y creciente cantidad de información valiosa y disponible, en cualquier tópico y en cualquier aspecto, y a la vez buena parte de los datos que nos rodean son completamente irrelevantes o sin sentido. Esto significa que cada vez será más difícil navegar en la infoesfera sin la ayuda de proxies que asistan nuestra navegación, y al mismo tiempo, estos proxies no sólo son la solución sino también parte del problema, dado que son fuentes de todavía más datos, para los cuales más proxies van a ser requeridos.
En resumen, los proxies son en la práctica más que signos: son significantes que también sustituyen a lo que significan, de manera tal que podemos interactuar con ellos en vez de hacerlo con lo significado. Nuestra cultura está transformándose, haciendo la transición de una cultura de signos y significación a una cultura de proxies e interacción; en esto, estamos todos de acuerdo. El resultado es que la distancia entre nosotros y las realidades significadas está creciendo rápidamente, así como crece también la necesidad de acortar esa distancia por medio de aún más significantes con los cuales podamos interactuar efectivamente.
Somos la generación anfibia, que está mudándose del mundo análogico al ambiente digital. Ninguna generación antes fue forzada a adaptarse tan dramáticamente a cambios tan profundos y en tan poco tiempo. Parte de nuestra evolución va a depender de cómo diseñamos los proxies que van a poblar cada vez más la infoesfera y mediar nuestras experiencias; pero también va a depender de cómo aprendemos a interactuar saludablemente con los proxies y cómo vamos a controlar a aquellos que van a estar a cargo de ellos. El desafío aquí es alcanzar la posibilidad de que nuestra cultura proxy se convierta en una cultura aumentada, en lugar de convertirse en una cultura de reemplazo. Mientras tanto, asumamos que no todo es reemplazable. En lo personal, ningún proxy es, por más fiel que sea a su función, mi querida amiga Lali.
Marina Llaó. Experta en Metodología de Investigación Cualitativa