“Ahora tengo más conciencia que en el 2001. No me convencen tan fácil.”
(Ciudadana adulta mayor, consumidora de marcas premium, clase media porteña).
La mayoría de las y los argentinos sabemos de qué se trata atravesar momentos de crisis y supimos construir memoria histórica en base a esa experiencia. Las crisis no nos sorprenden, las vemos venir y entramos en “modo a prueba de fallos” cuando empezamos a percibir las señales. Esta vez sumándole sintonía digital a las estrategias de siempre: caminamos buscando precios y revisamos ofertas digitales; sumamos a familiares, nos coordinamos para hacer las compras, y nos suscribimos a un nodo de compra colectiva; cambiamos de marcas, chequeando previamente los comentarios que cosecharon las alternativas; probamos en otros comercios, exploramos canales alternativos; reducimos envases, reemplazamos ingredientes, bajamos costos, achicamos el gasto que se puede achicar. El precio que no podemos mejorar, lo regulamos reduciendo el consumo: menos luces encendidas, menos horas de calefacción, duchas más rápidas. También nos damos cuenta de que el ritmo de los ciclos de crisis se está dando de un modo tan acelerado como el de todas las áreas de la vida social contemporánea. En una misma familia, varias generaciones pasaron por varias crisis y son muchos quienes pueden relatar cómo fue, cómo salimos adelante y cuáles fueron los valores que pusimos en juego en cada momento. Nuestra memoria histórica de crisis no solamente es colectiva, sino que también tiene un correlato personal como gran parte de las experiencias del momento actual. Hay muchas versiones de las mismas estrategias, cada quien las adapta a su propio estilo singular. En esa clave, la memoria de crisis responde también al estilo de época y logra atravesar las grietas clásicas de la argentinidad, como las grietas recientes.
Las consultoras argentinas conocemos bien estas estrategias, y también sabemos que vamos a encontrarlas en nuestros datos.
Está ocurriendo que, junto con la descripción de las prácticas de cada familia/individuo sobre cómo capear la crisis, la gente repone sistemáticamente un interrogante sobre lo colectivo. Es un cuestionamiento al que la crisis nos remite ineludiblemente. La pregunta de base que surge es: por qué nos está pasando otra vez. Las respuestas que la gente misma ofrece no les alcanzan, se quedan cortas: “somos así”, “no sabemos aprovechar nuestros recursos naturales”, “somos ventajeros, improvisados, lo atamos todo con alambre”, “ no nos gusta trabajar, pero somos creativos, seductores y brillantes”. Esta búsqueda de explicaciones, que una y otra vez no logramos articular de una manera convincente, tiene sabor a poco.
Junto con esto aparece cierto hartazgo a esperar a que el lado luminoso de esta misma personalidad argentina nos redima una vez más. Ya sabemos que desplegaremos otra vez las cualidades humanas que nos distinguen: pondremos el hombro, daremos una mano, juntaremos alimentos y ropa, colaboraremos con los comedores en barrios, escolares y donaremos dinero y recursos a las organizaciones de ayuda social y solidaria.
Viene ocurriendo en los últimos meses previos a las elecciones que, junto con toda esta descripción y valoración, la pregunta invariablemente escala. Se plantea, pero no se queda ahí. De un tiempo a esta parte, en trabajo de campo siempre hay una voz que se pregunta: ¿cómo lo resolvemos? ¿cómo hacemos para que no se repita? ¿cómo hacemos para que no sea un destino inevitable?
Y parece dispuesta a empezar a pensar cómo construir un futuro en clave de sustentabilidad. Esto no es para nada independiente de otras macro fuerzas que impactan en cómo vemos nuestra vida y encaramos nuestros consumos, aunque sea como propósito, o como esperanza: en los hogares de todo el país estamos empezando a cuestionar la cantidad de plásticos que utilizamos en nuestras cocinas y baños, nos orientamos hacia una mejor y más saludable alimentación, empezamos a valorar medios de transporte menos contaminantes y soluciones de movilidad compartidas. Entonces frente a la emergencia y la crisis, surgen actitudes que se arman y se sustentan pensando en el futuro.
En este escenario, los mensajes que pivotan solamente en los valores argentinos y las estrategias habituales para transitar la crisis pueden generar saturación o indiferencia, especialmente entre los más jóvenes. No los rechazan, y si los miran les pueden parecer buenos y necesarios, pero simplemente se des-enganchan.
La sociedad argentina está pensando estas caídas y recaídas con una madurez con la que necesitamos sintonizar. Las y los argentinos están hablando muy seriamente, y pensando esta coyuntura con un espíritu superador en muchas dimensiones. En esta instancia específica no necesitan que le recordemos cómo somos las y los argentinos, ni los valores que podemos desplegar para salir adelante. Valoran escucharlo, pero ya lo saben. Necesitan conocer qué soluciones y propuestas van poner las instituciones y las organizaciones que nos lleven a un futuro sostenible.
Paula Magariños
Co directora de Punctum
Socióloga, Culturalista, experta en género